viernes, 27 de abril de 2012

(D)años luz

Hola,

1

Eran las ocho y diez y aún estaba terminando de recoger los escombros de las ganas que se habían derramado sobre las sábanas. En algún punto de los largos minutos que había durado aquella noche, todo se había hecho pedazos tan, tan pequeños, que se escurrían por las rendijas de sus pupilas, contraídas por el exceso de luz de aquel universo.

Giró su cabeza lo justo para asegurarse de que ella seguía allí, enredada entre las marañas de su pelo. Supuso que estaría dormida porque podía verla respirar, y le tranquilizó saber que no se había ahogado en sus propias lágrimas torrenciales ni había naufragado en su propia galaxia. Y así, terminó de recoger, se puso de pie y titubeó durante un segundo, dudando entre darle un último beso o marcharse sin más.

Él se acercó y rozó la constelación de los lunares de su espalda por última vez.

Ella comenzó a llorar cuando escuchó cómo se cerraba la puerta.

2

No se dio la vuelta cuando sintió cómo él se despegaba de su cuerpo como un cohete se separa de su lanzadera. Ahora ella flotaba en el espacio, impulsada por una fuerza invisible que la obligaba a no mover ni un ápice de su cuerpo por miedo a desintegrarse, a caer, a desaparecer.

Sabía que era el final y que no había perdices. Ni tan siquiera un triste filete de pollo. Él se marcharía, dejando tras de sí la estela de lo que habían soñado ser entre vigilias y distancias obligadas. Y aún así, no se movió. Aún sabiendo que él, de pie, delante de aquella cama que ahora era un agujero negro en su universo, la miraba sin saber si besarla o marcharse sin más.

Él se acercó como un asteroide incandescente y dejó un beso debajo de su nuca.

Ella comenzó a llorar cuando escuchó cómo se cerraba la puerta.





Besos.

1 comentario:

candela dijo...

Bonito y triste.

Besos