Hola,
No voy a pedir perdón por no haber aparecido, porque entonces quedaría muy repetitivo el inicio de todas mis entradas. Es así. Soy una bala perdida del mundo bloggero y lo sé, y no voy a prometer que vaya a cambiarlo, porque también sé que no voy a hacerlo hasta que me de la vena absoluta. ¿Veis? estoy madurando y asumo las cosas con naturalidad.
Hoy es cinco de Agosto, la mitad del verano, o al menos de lo que yo considero verano se ha esfumado. Me quedan exactamente veinte días de trabajo, y luego empezarán unas largas vacaciones. Porque sí señores, he terminado la carrera. No tengo exámenes, ni un Septiembre al que volver, ni tengo matrícula alguna que hacer agobiada a las doce de la noche a través de la web de la universidad acabando con los ojos desorbitados y la espalda como una tabla de planchar.
Se ha cerrado un ciclo de mi vida, y ya no hablo solo de los estudios. Este año ha sido tan determinante en mi vida que ha desbancado a cualquier otro año de mi vida que yo considerara el más importante. Ha sido el más triste y a la vez el más feliz, y el resultado de todas esas subidas y bajadas me ha traído aquí, a este momento en el que soy capaz de tumbarme en la colchoneta por la tarde al sol, sin escuchar otra cosa que el cucuuucu maldito, y algún coche que pasa cada diez minutos por la carretera, y respirar profundamente, y sentirme totalmente tranquila, feliz. Y juro que hace unos meses pensaba que sería totalmente incapaz de volver a sentirme así.
Ahora las cosas son diferentes. Me propuse terminar la carrera en Junio y lo he conseguido, como muchas otras cosas que me he propuesto este año. Estoy trabajando, estoy siendo sincera, coherente con mis sentimientos, y estoy haciendo las cosas que me gustan. Estoy escuchando canciones maravillosas, y leyendo libros geniales. Estoy abrazando mucho, dando muchos besos, queriendo mucho y sonriendo mucho.
He aprendido a valorar cosas que antes pasaba por alto, como el hecho de que el estar con todos mis primos pequeños jugando en la piscina o a las cartas me haga tan feliz y yo no lo supiera. He descubierto que echo de menos las cosas que me hacían sonreír y sonrío al recordarlas, y no las cosas que me hacían daño. Esas ahora no están y ni os imagináis lo poco que peso ahora, que casi puedo levitar si me lo propongo.
Que pienso en el futuro y mi estómago salta y se llena de unos nervios sin nombre por la intuición de que lo que viene va a ser genial. Que ya he tocado el fondo del mar y que ahora todo es nadar a la superficie. Que pase lo que pase el sol está encima de mi cabeza y que voy hacia él, y no hacia abajo. Y lo mejor de todo es que no tengo prisa por sacar la cabeza a la superficie, porque he aprendido a respirar bajo el agua y estoy disfrutando de lo bien que se está ahí, sin escuchar nada, con el frío de las corrientes en la piel, y con la sensación de ingravidez que proporciona la masa de agua que me rodea. Ahora, después de mucho tiempo, creo que he encontrado la respuesta a cómo ser yo. Y para eso he tenido que pasar por mil pequeñas muertes, una por cada noche que me acosté llorando. Ahora todo eso que lloré es mi casa, y estoy flotando en el agua salada. Y nunca he sentido tanta paz como en este momento.
Me quedo en silencio y siento que no me falta nada, ni me sobra nada. Lo único que me apetece es despertarme todos los días y ver qué me deparan las horas. Y así todos los días. Que como decía la película de Hook: Vivir puede ser una magnífica aventura, y yo estoy dispuesta a aprovechar cada instante de la mía, como si solo hubiera una.
Besos.