ERES LO MÁS BONITO QUE NO TENGO
viernes, 29 de marzo de 2013
sábado, 23 de marzo de 2013
Podría
Hola,
Que sé cómo es que ella me mire y todo el cielo de sus ojos me inunde - Yo, que ya creía que nadie miraba así- Y ella lo hace, me abraza como si no fuera a hacerlo nunca más, y me sonríe. Y yo la miro de esa manera que creía olvidada derramando la emoción por las mejillas y le digo que se quede conmigo; que respire despacio, que dicen que así se ralentiza el tiempo. Le susurro al oido que no se vaya y de pronto se pone a llover como si al cielo también se le derramara la emoción por los costados. Y así, bajo la lluvia, le doy un beso aún sabiendo que puede ser el último, y sin saber cómo, sobrevivo al deshielo mientras la veo alejarse y pienso que daría cualquier cosa porque se girara; y lo hace. Y vuelve. Y llueve. Y pienso que si esa es la forma que vamos a tener siempre de despediros, podría aprender a ser feliz diciéndole adiós.
" [...] y si hubiera sabido que el último beso que te di iba a ser el último,
no habría parado"
(Friends)
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Que sé cómo es que ella me mire y todo el cielo de sus ojos me inunde - Yo, que ya creía que nadie miraba así- Y ella lo hace, me abraza como si no fuera a hacerlo nunca más, y me sonríe. Y yo la miro de esa manera que creía olvidada derramando la emoción por las mejillas y le digo que se quede conmigo; que respire despacio, que dicen que así se ralentiza el tiempo. Le susurro al oido que no se vaya y de pronto se pone a llover como si al cielo también se le derramara la emoción por los costados. Y así, bajo la lluvia, le doy un beso aún sabiendo que puede ser el último, y sin saber cómo, sobrevivo al deshielo mientras la veo alejarse y pienso que daría cualquier cosa porque se girara; y lo hace. Y vuelve. Y llueve. Y pienso que si esa es la forma que vamos a tener siempre de despediros, podría aprender a ser feliz diciéndole adiós.
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Besos
lunes, 18 de marzo de 2013
La chica que escribe
Hola,
Ahora me siento en mitad del silencio dejando que el sol del invierno me queme y me hiele a partes iguales la poca piel que queda fuera de toda la ropa que me esfuerzo por mantener pegada a mí; un abrigo gris con botones, una bufanda de colores y un gorro rosa por el que se me escapa el flequillo haciéndome cosquillas en los ojos cuando se encuentra con el viento. Es una contradicción el llevar esos vaqueros rotos que mi madre nunca aprobó, que dejan entrar todo el frío que intento repeler detrás de mis gafas de sol negras, y esas zapatillas verdes que nunca abrigaron, pero que siempre me hicieron sonreír.
No me hace falta hablar, me oigo perfectamente en off dentro de mi cabeza. Pensando, planeando, mandándome callar para disfrutar de ese efímero instante de paz en el que siento cómo me late el corazón en los oídos y el movimiento casi imperceptible de mis músculos manteniendo mi postura. El cosquilleo de las yemas de mis dedos y el sutil escozor de mis labios por haber vuelto a mojarlos instintivamente a pesar de saber que el frío los quemaría con más rapidez. Pero no me importa; eso les da un tono rojizo bastante apetecible
Y es en ese instante, cuando ese pensamiento me cruza la mente sin dolor y sin arrepentimiento alguno, es cuando entiendo que no sólo se me han curado las heridas, sino que he aprendido a defenderme tan bien que me da hasta un poco de miedo enfrentarme a mí misma. Sonrío y me tiran un poco los labios cortados por el invierno, pero hasta ese dolor es extrañamente reconfortante, porque lo hago por mí. Y pienso que puede que no sea la mejor persona del mundo, pero que ya no tengo miedo.
He dejado de vivir arrepintiéndome por el pasado y preocupándome por el futuro, que lo único que me daba era un presente de noches llorando y días de gelatina bajo mis pies. He cambiado, lo noto cuando respiro y se me llenan los pulmones de ganas de hacer cosas absurdas; ganas de no dejar verdades a medias, de salir a la calle en mitad del fin del mundo y dejar que la lluvia me moje el pelo, y de beberme esa cerveza que sé de sobra que no debería beberme; pero lo hago. Me la bebo y miro a la chica más guapa del bar a los ojos hasta que ella baja la mirada, y cuando vuelve a levantarla le sonrío porque sé que le encanta. Lo hago siendo consciente del efecto que provoco. Y me gusta.
Ya no soy la chica tortuga, ni la chica que tenia miedo de besar en la calle, ni la chica del corazón roto, ni la chica de hielo. No soy la chica que decía ser tímida, ni la que decía ser insegura, ni la que no se atrevía a hablar las cosas importantes. He dejado de tener miedo porque ya sé cómo es perder. Sé cómo es vivir con el corazón y el cuerpo rotos en tantos pedazos como era posible romperlos. Sé lo que es derrumbarse, recoger los escombros y plantarse en mitad de la nada con la posibilidad de reconstruirse de cero. Ahora me arriesgo y no es porque no tenga nada que perder; Me arriesgo porque sé que sea lo que sea lo que pierda, no me va a destruir.
Y estando ahí sentada dejando que el sol se cuele por las rendijas de mis costillas y escuchando mi respiración, entiendo que de entre todas las cosas que puedo ser, al final no soy más que la chica que escribe. Y ya sabéis qué dicen de las chicas que escriben.
Besos.
Yo, que siempre fui más de sobrevivir que de vivir.
Ahora me siento en mitad del silencio dejando que el sol del invierno me queme y me hiele a partes iguales la poca piel que queda fuera de toda la ropa que me esfuerzo por mantener pegada a mí; un abrigo gris con botones, una bufanda de colores y un gorro rosa por el que se me escapa el flequillo haciéndome cosquillas en los ojos cuando se encuentra con el viento. Es una contradicción el llevar esos vaqueros rotos que mi madre nunca aprobó, que dejan entrar todo el frío que intento repeler detrás de mis gafas de sol negras, y esas zapatillas verdes que nunca abrigaron, pero que siempre me hicieron sonreír.
No me hace falta hablar, me oigo perfectamente en off dentro de mi cabeza. Pensando, planeando, mandándome callar para disfrutar de ese efímero instante de paz en el que siento cómo me late el corazón en los oídos y el movimiento casi imperceptible de mis músculos manteniendo mi postura. El cosquilleo de las yemas de mis dedos y el sutil escozor de mis labios por haber vuelto a mojarlos instintivamente a pesar de saber que el frío los quemaría con más rapidez. Pero no me importa; eso les da un tono rojizo bastante apetecible
- ojalá te apetecieran -
Y es en ese instante, cuando ese pensamiento me cruza la mente sin dolor y sin arrepentimiento alguno, es cuando entiendo que no sólo se me han curado las heridas, sino que he aprendido a defenderme tan bien que me da hasta un poco de miedo enfrentarme a mí misma. Sonrío y me tiran un poco los labios cortados por el invierno, pero hasta ese dolor es extrañamente reconfortante, porque lo hago por mí. Y pienso que puede que no sea la mejor persona del mundo, pero que ya no tengo miedo.
He dejado de vivir arrepintiéndome por el pasado y preocupándome por el futuro, que lo único que me daba era un presente de noches llorando y días de gelatina bajo mis pies. He cambiado, lo noto cuando respiro y se me llenan los pulmones de ganas de hacer cosas absurdas; ganas de no dejar verdades a medias, de salir a la calle en mitad del fin del mundo y dejar que la lluvia me moje el pelo, y de beberme esa cerveza que sé de sobra que no debería beberme; pero lo hago. Me la bebo y miro a la chica más guapa del bar a los ojos hasta que ella baja la mirada, y cuando vuelve a levantarla le sonrío porque sé que le encanta. Lo hago siendo consciente del efecto que provoco. Y me gusta.
Ya no soy la chica tortuga, ni la chica que tenia miedo de besar en la calle, ni la chica del corazón roto, ni la chica de hielo. No soy la chica que decía ser tímida, ni la que decía ser insegura, ni la que no se atrevía a hablar las cosas importantes. He dejado de tener miedo porque ya sé cómo es perder. Sé cómo es vivir con el corazón y el cuerpo rotos en tantos pedazos como era posible romperlos. Sé lo que es derrumbarse, recoger los escombros y plantarse en mitad de la nada con la posibilidad de reconstruirse de cero. Ahora me arriesgo y no es porque no tenga nada que perder; Me arriesgo porque sé que sea lo que sea lo que pierda, no me va a destruir.
Y estando ahí sentada dejando que el sol se cuele por las rendijas de mis costillas y escuchando mi respiración, entiendo que de entre todas las cosas que puedo ser, al final no soy más que la chica que escribe. Y ya sabéis qué dicen de las chicas que escriben.
Besos.
sábado, 16 de marzo de 2013
33 cosas sencillas
Hola,
'33 cosas sencillas'
Besos.
'33 cosas sencillas'
- Atreverse.
- Sonreír.
- Que te sonría.
- No poder mirarla a los ojos.
- Aún así, intentarlo.
- Que te devuelva la mirada.
- Decir algo a la vez sin venir a cuento.
- Y otra vez.
- Y otra.
- Cogerse de la mano.
- Jugar a cosas absurdas.
- Tararear la misma canción.
- Abrazarse.
- Encajar.
- Que te encante su colonia.
- Rozar su mejilla.
- Hablar en susurro.
- Terminar sus frases.
- Y ella las tuyas.
- Hacer apuestas.
- Leer las líneas de las manos.
- Cantar sólo para ella.
- La lluvia.
- Bailar.
- Planear.
- Reír.
- Beber.
- Besar.
- Que te tiemblen las piernas.
- Hablar rozando su boca.
- Echarse de menos.
- Buscarse.
- Atreverse.
Besos.
viernes, 8 de marzo de 2013
Universo Paralelo
Hola,
Por favor, quedaos, escuchad y leed. Por favor.
[...] Y no podréis entender que vencer a veces no va de retirarse a tiempo, si no visteis el ultimo verso grabado en sus labios, el verso de despedida. Si no escucháis como me late por dentro y como la escucho en los latidos de corazones que ni siquiera existen, de corazones de repuesto; a veces hasta me latía por fuera.
No entendereis por qué me arriesgué a echarla de menos si no sabeis que es el caos que le faltaba a mis textos, el desastre de mis cuentos; si no sabeis que era el hielo, y yo el fuego, y que cuando el hielo y el fuego se derriten al mismo tiempo, ya no hay nada más que hacer; si no la habeis tenido tan cerca como para respirar un aire que ya no era el mío, algo así como inhalar su vida y que en el último aliento se me escapara.
Y a decir verdad, me arriesgué a echarla de menos porque no sabeis el tiempo que llevaba esperando que algo me sacara la piel de los huesos, y no solo eso, sino que me atravesó los músculos y los nervios, me llevó a un lugar real en el que por fin pude sentir algo.
Me arriesgué a echarla de menos porque entendí que lo mejor de conocerse, es conocerse mucho, y yo la conocía mejor de lo que puedo llegar a conocerme a mi.
Pero, mi plan B, fue colar entre los versos que le recitaba entre jazmines, balas de cristal, y ahora, cuando sé que va a olvidarme y que la voy a echar de menos, cuando se vaya, se romperán las balas de cristal dentro de su cuerpo, y le recordaré a amor y a vida, y necesitará que le clave nuevos versos en el alma, y habrá valido la pena [..] y que suena a lluvia resbalando por cualquier paraguas, que tocarla es como deslizar las manos por una guitarra, tocarla es música y poesía, pero a ella le dolerán los días en los que me seducía llamándome por mi nombre y recordándome lo guapa que estaba, le dolerán porque sabrá que yo la echo de menos.
Esto es algo que alguien escribe a raiz de algo que yo escribo. Y entiendo entonces por qué merece la pena romperse y reconstruirse, y llorar, y sentir, y arriesgarse a morirse de amor, de pena y de casualidad.
Gracias, no puedo decir más.
Besos
Por favor, quedaos, escuchad y leed. Por favor.
[...] Y no podréis entender que vencer a veces no va de retirarse a tiempo, si no visteis el ultimo verso grabado en sus labios, el verso de despedida. Si no escucháis como me late por dentro y como la escucho en los latidos de corazones que ni siquiera existen, de corazones de repuesto; a veces hasta me latía por fuera.
No entendereis por qué me arriesgué a echarla de menos si no sabeis que es el caos que le faltaba a mis textos, el desastre de mis cuentos; si no sabeis que era el hielo, y yo el fuego, y que cuando el hielo y el fuego se derriten al mismo tiempo, ya no hay nada más que hacer; si no la habeis tenido tan cerca como para respirar un aire que ya no era el mío, algo así como inhalar su vida y que en el último aliento se me escapara.
Y a decir verdad, me arriesgué a echarla de menos porque no sabeis el tiempo que llevaba esperando que algo me sacara la piel de los huesos, y no solo eso, sino que me atravesó los músculos y los nervios, me llevó a un lugar real en el que por fin pude sentir algo.
Me arriesgué a echarla de menos porque entendí que lo mejor de conocerse, es conocerse mucho, y yo la conocía mejor de lo que puedo llegar a conocerme a mi.
Pero, mi plan B, fue colar entre los versos que le recitaba entre jazmines, balas de cristal, y ahora, cuando sé que va a olvidarme y que la voy a echar de menos, cuando se vaya, se romperán las balas de cristal dentro de su cuerpo, y le recordaré a amor y a vida, y necesitará que le clave nuevos versos en el alma, y habrá valido la pena [..] y que suena a lluvia resbalando por cualquier paraguas, que tocarla es como deslizar las manos por una guitarra, tocarla es música y poesía, pero a ella le dolerán los días en los que me seducía llamándome por mi nombre y recordándome lo guapa que estaba, le dolerán porque sabrá que yo la echo de menos.
Esto es algo que alguien escribe a raiz de algo que yo escribo. Y entiendo entonces por qué merece la pena romperse y reconstruirse, y llorar, y sentir, y arriesgarse a morirse de amor, de pena y de casualidad.
Gracias, no puedo decir más.
Besos
lunes, 4 de marzo de 2013
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