Ella era una chica del montón. De las que no llaman la atención ni pasan inadvertidas. Ni muy alta ni muy baja, con unos ojos marrones normales y un pelo castaño normal. Vivía en una casa normal, tenía una familia normal, un perro normal y estudiaba en un sitio normal.
Pero ella no era normal. Y lo sabía. Había algo dentro de ella que no estaba bien, que no encajaba con el resto de las piezas. Algo suelto, fuera de lugar, descolocado. Como cuando mezclas dos puzzles y ya no sabes qué parte corresponde a cual y se quedan huecos sin completar en el tablero.
Ella sabía que algo no iba bien porque no era capaz de sentir nada. No sentía alegría, no sentía amor, no sentía emoción. Solo lloraba. LLoraba mares de lágrimas saladas que se escurrian por su mejilla y empapaban sus vaqueros al caer. Y últimamente era lo único que hacía. Lo único que la hacía sentir verdaderamente humana.
Empezó a preguntarse qué le ocurría. Por qué no era capaz de sentir nada por nadie de su alrededor, ni tan siquiera odio. Por qué no miraba a nadie como semejante, ni imaginaba finales felices en su cabeza.
¿Qué había pasado con ella?
Pasaron los meses y aquella chica sólo lloraba. Rios, océanos de lágrimas. Sus ojos enrojecidos ya eran un ritual, y no les eran extraños en su reflejo. Y cansada de esa tristeza y ese vacío, decidió visitar a un médico. Le hicieron pruebas, test y cuando fueron a sacarle sangre, algo inesperado ocurrió. Su sangre era transparente.
Los médicos no sabían a qué se debía aquello. Sacaron más muestras de sangre y todas eran iguales. Incoloras. Era agua.
El equipo médico se revolucionó. Era totalmente inexplicable que alguien sobreviviera con algua salada en su organismo en lugar del torrente sanguíneo. No era posible. No había explicación.
Ella se pasó muchos meses ingresada. Consumiendose. Sin parar de llorar. Y poco a poco sus órganos vitales se iban transformando en agua, dejando de funcionar. Y una mañana, cuando el sol empezaba a entrar por la ventana, una enfermera dio la voz de alarma desde la habitación de la chica. No respiraba. Intentaron reanimarla sin éxito. No le quedaba agua en las venas porque había llorado demasiado.
Ella se había perdido en su tristeza y estaba vacía, hueca, como una cueva en el mar.
Besos
3 comentarios:
Me acabas de dejar con el corazón en un puño... me ha encantado el relato...
*______* Sin palabras.
o_Owaoo que profundo
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