El martes amaneció algo más nublado en París. Pero vamos, que ni gota ni gota - ¡yuhu!- Propusimos la ruta y ese día nuestra primera parada fue el Museo del Louvre. Cogimos nuestro metro - Oh amado mío- y nos bajamos en la parada. Diré en nuestra defensa que solo nos equivocamos de metro una vez. ¡Una sola vez en todo el viaje!. Y además gracias a las astucia de A.- Que de pretty little liars queda esto- nos dimos cuenta en la primera parada que vimos que no era la que teníamos que ver.
La cosa, nos bajamos y fuimos por el subterráneo hasta la entrada del Louvre. Qué bien está comunicado todo en París, copón. Llegamos y, nosotras pa'qué vamos a mirar nada ¿verdad? Nos metimos por la primera escalera mecánica que pillamos. Alli ni controles de seguridad ni nada ¿eh?, osea, te metes allí con una metralleta y te lias a tiros con el personal y sin más - ojo, que yo no pienso esas cosas ¿eh? no, no, no-
Así que nos metimos por la primera escalera mecánica que vimos. Y aparecimos en una sala blanca, enorme, con tropecientas alturas, esculturas, y bancos que no sabíamos si eran para sentarse a contemplar la belleza o si eran propias obras de arte en sí.- Por si acaso no nos sentamos, todo hay que decirlo.- Un calor para morirse. En serio, ¿Qué eran? ¿esculturas tropicales?. Que yo entiendo que se tiene que mantener cierta temperatura y cierta luz y todas esas mariconadas que me contaba mi querida profesora de arte - Jo que bien olía su colonia, ejem, dato irrelevante, lo sé- Pero un poco de humanidad por favor.
Después de estar divagando como almas en pena por aquella zona, y tras haber pasado tropecientas veces por el mismo pasillo.- Qué pesadilla de museo- Decidimos que ibamos a dejar de intentar hacernos las gafapasta y que iríamos a ver la Mona Lisa como todo hijo de vecino. Claro, la Mona Lisa estaba dónde Cristo perdió el mechero, y todo lo bien que he dicho antes que estaba señalizado París, lo retiro al referirme al Louvre. Que sí, que todo precioso con colorines, pero aquello era como el twister. Yo miraba el mapa y pensaba ¿Ahora la mano al rojo? ¿El pie al amarillo? ¡Pero si no puedo!
Por fín descubrimos que estabamos en otra ala del museo. Porque aquello es más grande que el bañador de Falete, y teníamos que ir por otra puerta. Osea, volver a la zona de la pirámide de cristal - Lo admito, lo único que a mi me llamaba poderosamente la atención. Llamádme superficial, o whatever- y entrar por otras escaleras mecánicas. A partir de ahí fue fácil, porque cada dos pasos estaba la foto de la susodicha Mona Lisa con una flecha indicándote la dirección. ¡Eso sí estaba bien señalizado! ¡Cabrones del Museo!
Cientos de miles de personas en aquella galeria. Entramos en la sala donde estaba - O algo intuímos al ver tal gentío agolpado en una pared. Y aquello una firma de discos no tenía pinta de ser- Y llegamos. No me sorprendió. Sabía que el cuadro era algo así como de tamaño A2, y la verdad, tenía tantísimo calor y estaba tan agobiada por la cantidad de gente reflex-en-mano alrededor, que lo único que quería era salir de allí y que me diera el aire fresco. Eso o quitarme la ropa. Opción poco viable, ciertamente.
Así que tras aquella aventura de más de dos horas en las que me falto poco para empezar a blasfemar en hebreo antiguo, salimos a la calle a través de la pirámide de cristal. Dios, cuando noté el frío en la cara creí morir del gusto. Nos sentamos en el filo de una de las fuentes y dejamos que nuestra mala leche acumulada por el momento museo se disipara antes de volver a echarnos fotos. Véase:
Nos pusimos en marcha de nuevo. El destino escogido era Notre Dame. Así que pa'llá que fuimos bordeando el Sena. -Si vas bordeando el río no te pierdes, consejo de Scout-. Nos paramos en unas cuantas tiendas de souvenirs, como buenas guiris, y tratamos sin éxito de encontrar la Saint Chapelle. No me preguntéis cómo, pero no conseguimos encontrarla. Joder, un mastodonte que en el mapa era más grande que Notre Dame, y no hubo narices. Me sentí vacilada por un edificio, sí. Así que fuimos a Notre Dame. Y qué decir, que es muy bonita, pero que yo me la esperaba bastante más grande. No sé, llegar a la plaza y decir, ¡Coño!¡Qué pedazo de bicho!. Y no, no fue esa la reacción. Pero aún así me pareció preciosa, además hacía sol y el tiempo acompañaba así que todo se veía con una perspectiva mejor. Nos quedamos a comer en la plaza de la catedral. Le dijimos Quasimodo que bajara, pero nos dijo que estaba en mitad de una partida de WoW y que ya si eso luego. Pobretico, es un friki. Tanto tiempo sólo es lo que tiene. - Para eso mi amiga L. se hizo una foto en su honor, que no voy a subir, precisamente por una cuestión de eso, de honor-
Entramos, y ¿hola? ¿Máquinas expendedoras?, ¿reproductores de música? a Quasimodo se le ha ido la cosa de las manos.
Tras aquello - y sin ver a Quasimodo- nos dirigimos al Panteón. Y de ahí, a los jardines de Luxemburgo. Vamos, que el parque del Boulevard de aquí casi casi que está mejor. Pero claro, no tiene la solera que tiene París - vale ni un castillo,vale. Aceptamos pulpo- Y allí nos cogimos unas sillas que había de uso recreativo - ¿Veis? Eso aquí no. A los dos dias las habrían robado todas- y tuvimos un interesante debate al que no voy a entrar ahora. Pero algún día, algún día. ¡Ah! y por el camino me eché esta foto tan molona con las gafas de una tienda.

¿Y de qué teníamos antojo total mi amiga Al. y yo? ¡De Starbucks!. Así que movilizamos a todo el personal para ir a uno, y lo conseguimos, ¡vaya que sí!. Fuimos al starbucks de la Avd de Los campos Elíseos. Qué momento de felicidad. ¡Y sí! ¡Salgo sin el gorro! ¡Aleluya!
Una vez saciado nuestro mono de Starbucks, volvimos al hotel,- obviaré el momento búsqueda de la salidad del RER (Tren de cercanías que deberíamos coger al día siguiente) pasando por la estación de metro marginal con gente pinchandose y Rocío acojonada, lo obviaré- y teníamos la intención de acostarnos temprano porque al día siguiente...tatatacháaan...¡íbamos a Disneyland! -Sííííí-. Que también trajo su debate. Mi amiga S. quería salir pues...a eso de las 6 de la mañana del hotel para estar ahí las primeras, cual fan de David Bisbal en puerta de concierto. Y yo me negaba rotundamente a perderme el desayuno del hotel, que ya os comenté en la entrada anterior que era mi perdición. Así que al final se impuso la opción de salir algo más tarde de las 8,30. No porque yo tenga un poder de convicción sectario, sino porque miró el horario del parque, y no habría hasta las 10.00. Lo que inexorablemente nos daba la razón a las que nos negabamos a salir del hotel con las calles aún sin poner.
Así que nos levantamos, desayunamos en el hotel - ¡yuuupi! - y salimos hacia los tres trasbordos entre metro y cercanías que teníamos que coger para ir hasta Disney. Que está más o menos....pues...¿un poco más a la derecha de a tomar por culo? Pues por ahí, km arriba km abajo. Así que tardamos como 40 min en llegar. Pero bueno, se nos quitaron todas las penas - y a mi el mareo, qué malica me puse en el tren ojú- nada más ver dónde habíamos llegado. Si es que se te pega el entusiasmo nada más entrar. Con todo, la música, la ambientación, la gente. No se, todas dando saltitos emocionadas como si tuvieramos 10 años. Vimos a muchos personajes, pero sin duda, el que captó mi atención fue Aladdin. Ya no solo por el parecido, sino por la capa de barniz que llevaba a modo de maquillaje. Que parecía un rasca y gana.
Como es de suponer nos echamos tropecientas fotos. La famosa foto de Buzz Light Year que puse nada más llegar y estas son unos ejemplos - pocos, que no voy a petar esto de fotos- Y además que tengo muy poquitas fotos sola en Disney. Eso sí, arrasamos en la tienda. Pero arrasar del verbo arrasar. No voy a comentar nada en profundida por si esto lo llegara a leer algún agente de la ley. Pero qué panzada de reir nos pudimos dar.
En la película fea de Michael Jackson de la que salimos asqueadas
Con el paracaidas de los soldados de Toy Story
En la puerta de Bo
Ese día llegamos tardecillo al hotel y además, estabamos muertas. Así que no preparamos ni ruta ni nada. Ya improvisaríamos al día siguiente. Y efectivamente, improvisamos. Era el último día así que decidimos ver las cosas que se nos habían quedado colgadas, como Los Inválidos -Vaya frase rara me ha quedado- Y allí nos echamos la foto de rigor con los cañones, y todo eso típicamente turista. Comimos en un parque, no sé exáctamente dónde estábamos - fijaos cómo andaba yo ya a esas alturas, como en mi casa vaya- Después fuimos a la Ópera, pasando por el Decathlon - Vamos, algo totalmente imprescindible si vas a París- y a las galerias Lafayette - Que ya estuve pensando en true blood el resto del día- Nos pasamos por el Mac Store y yo creí morir del amor en varias ocasiones y por otro Starbucks, ¿por qué? Porque Al. y yo teníamos mono. ¡Y nos compramos un termo! ¡Og! ¡Qué precioso!
Después retomamos la misión frustrada de ver el Mouling Rouge, y ¡sí! lo encontramos. Aquí no tengo foto sola asi que voy a tunear a mis amigas modo Andreita.
Al volver al hotel y para darnos un pequeño homenaje paramos en una pizzería que había en nuestra calle en la que un hombre así mayor, hacía las pizzas artesanas en el momento. Buah, en serio. La mejor pizza que he probado hasta la fecha. Y ya de regalo una foto mía peleandome con ellas intentando cortarlas. Y también de paso que se vea la sudadera que nos compramos en disney, que es ¡og! que chula está - Aquí voy a tunear también a mis amigas. Y sí, lo que cuelga son serpentinas. Es que la noche era el "festín que postín"..Cosas nuestras - Como supondréis, soy la que no tiene carita amarilla, ejem.
A la mañana siguiente ya volvíamos para España. Nos levantamos a eso de las 5.45, porque A., que volvía a Polonia, cogía su avión mucho antes que nosotras. Y decidimos como buenas samaritanas acompañarla hasta el metro que la llevaría al autobús que la llevaría al aeropuerto. Así que ahí íbamos las 6, a las seis de la mañana andando por París que parecíamos extras de The Walking Dead. La despedimos y volvimos al hotel. Todas nos dormimos esos veinte minutos que teníamos antes de que sirvieran el desayuno a las 7, porque a las 8.10 nos recogía el autobús en el hotel para llegar a Orly. Desayunamos y nos recogieron, esta vez en un monovolumen molón con un conductor canario que tenía puesta una emisora de música latina. Así que ahí estabamos, camino del aeropuerto a las 8.30 de la mañana, habiendo dormido unas cuatro horas, y escuchando reaggeton.
Y nada, llegamos al aeropuerto y una eternidad para facturar. Y otra eternidad para pasar el control de seguridad. ¡Que me cachearon! ¡A mí! ¡Con la cara de buena que tengo! Encima la tipa que me cacheó me hizo cosquillas y yo ahí, como una campeona aguantandome, sí señor. Por fín nos montamos en el avión, que yo creía que lo perdíamos. Gracias a Dios que Orly es pequeñito, y la puerta de embarque estaba a metros escasos del control de seguridad, porque llega a ser como Barajas y allí que nos veo corriendo como en Solo en casa ¿eh? y ya nada. El viaje de vuelta lo pasé durmiendo. Llegamos a España y tuvimos un momento tenso cuando ni la maleta de S. ni la maleta de L. aparecían, pero al final aparecieron sanas y salvas.
Cogimos el metro que no llevaría hasta la estación sur de autobuses, y con la tontería llegamos a las tres de la tarde, cuando nuestro autobús salía a las cuatro. Comimos y estuvimos tiradas como unas pordioseras allí hasta que nos montamos en el autobús. Y también me dormí al volver. Era como los muñecos estos que cuando los echas para atrás cierran los ojos. Pues así.
Bueno, llegamos aquí, me recogieron, llegué a casa y ¡bingo!¡No tenía ascensor! Así que cuatro pisos por las escaleras. -Me encanta el comité de bienvenida de mi portal.-
Han pasado ya tres semanas desde que nos fuimos y aún me dura esa sensación. Una mezcla de felicidad y nostalgia. Nose, es raro. Lo echo de menos. Volvería a repetirlo con los ojos cerrados. Pero bueno se que habrá algún que otro viaje más por ahí. Y será otra entrega de Armadillas por el mundo.
Y con esto y un bizcocho ¡se acaba este eterno tocho!
Besos




