Hola,
Cambiando un poco la tónica que ha adquirido mi blog últimamente - con esas cosas tiernas, románticas y melancólicas tan poco propias de mí - voy a hablar de algo completamente distinto; hoy vengo a hablar del sentido común.
A primera vista podríais pensar que he hecho un juego de palabras y significados magistral diciendo que las cosas tiernas, románticas y melancólicas no apelan al sentido común; pero no. Porque eso sería volver a hablar tierna, romántica y melancólicamente. A lo que me he querido referir es al sentido común puramente racional. ¿Que por qué viene esto? bien, os cuento.
Estaba yo tranquilamente divagando por mi TL como cada tarde, sin hacer nada en concreto, cuando me comí un spoiler digno de admirar de Game of Thrones. Pero no un spoiler no, un S-P-O-I-L-E-R. A ver, a nadie le gusta comerse spoilers de forma tan gratuita, y yo no soy una excepción. Pero tampoco soy una nazi y no le he escrito un tuit amenazante con la foto de una cabeza de caballo al susodicho. En cambio, alguien ha debido hacerlo - y sospecho que más de uno - y él ha puesto un tuit diciendo que los spoilers de la tercera temporada llevan rulando un año y que el libro se publicó hace (¿trece? no sé, no termino de acordarme), terminando con un 'fuck it'.
Y aquí viene mi reflexión de hoy: yo no voy a tirarle piedras a este chico como si yo llevara una barba postiza y él hubiera dicho 'Jehová', no. Pero realmente creo que hay consideraciones que se deberían tener para con las personas que están siguiendo una historia. Game of Thrones está en su apogeo máximo, y me parece de muy mal gusto que alguien por haberse leído los libros, se crea con el derecho a destriparnos al resto la historia - ojo, que yo me he leído tres libros y medio - y luego se escude en el hecho de 'te hubieras leído el libro'.
No estamos hablando de spoilers como que Bruce Willis estaba muerto, estamos hablando de información sobre algo que están viendo millones de personas por primera vez. Es una cuestión de respeto - bajo mi punto de vista claro está -
Cuando se estrenaron todas y cada una de las películas de Harry Potter - por ejemplo - yo ya me había leído los libros, y jamás de los jamases le he destripado nada a nadie. Es más, si alguien a estas alturas de la vida no ha visto alguna película, no le cuento qué es lo que pasa, ni cómo termina la historia, por mucho que yo ya tenga esa información. Ejemplo 2: Todas mis amigas locasdelcoño viendo Fringe y yo sin decir ni mú, pegando gritos de emoción con ellas cada vez que vienen a contarme lo interesante que está o lo que ha pasado en el último capítulo que han visto ¿Por qué?, pues porque llamadme rara, pero yo disfruto más viendo cómo alguien descubre las cosas que a mí me entusiasmaron, que destrozándoles el momento contándoselo previamente.
No entiendo ni la finalidad que tiene, ni qué motiva a alguien - a no ser que seas un cabrón malvado o la mala de una telenovela mejicana - a spoilear al personal. De verdad que no lo entiendo. Pero bueno, hay muchas cosas que no entiendo en esta vida, gracias a Dios.
Besos
domingo, 28 de abril de 2013
sábado, 20 de abril de 2013
Eres como la Vía Láctea
Hola,
La echo de menos. Y no lo hago con dolor, porque no hay nada doloroso en echarla de menos si todo lo que ella implica es precioso. Supongo que no me enamoré de ella como para que mi corazón se encoja ahora que no está - aunque él también la echa de menos - pero lo hago a rabiar. Lo que (no) éramos. Lo que (no) teníamos. Echo de menos mi forma absurda de darle conversación en el principio y los silencios que era capaz de soportarle en el final, y cómo me cogía la mano y recorría mis líneas con sus dedos. Echo de menos los segundos eternos en los que me miraba a los ojos, el recorrido que hacían hasta mi boca casi sin querer poniéndome nerviosa y ansiosa a partes iguales, y esa manera perfecta de encajar cuando nos abrazábamos. Echo de menos sus besos en mis pómulos, la forma en la que se bebía la cerveza, y esa manía de tirarme siempre algo que tuviera a mano. Que me hablara al oído repitiéndome cosas que yo escribí para ella, me obligara a cruzar la calle en rojo y comprara chuches para dos a pesar de repetirle que no me apetecían. Echo de menos sus besos pillándome desprevenida, su forma de dejarme sin respiración y sus manos haciéndome cosquillas. Las veces que me dijo lo que guapa que estaba, o lo feliz que era estando conmigo, o que no tenía ganas de volver a casa. Las veces que me susurró que no le sonriera tan cerca porque no podía controlarse. Las veces que me dijo adiós, hasta eso echo de menos; porque despedirme de ella era haberla tenido aunque sólo fueran unas horas - aunque en realidad no sé si alguna vez fue completamente para mí - y la echo tanto de menos que cambiaría los días de sol por esos días de lluvia en los que nos besábamos en cualquiera de calles por las que ahora paso y leo su nombre en las paredes.
La echo de menos. Y la echaré de menos siempre.
Y lo haré sonriendo. Te lo prometo.
Besos
La echo de menos. Y no lo hago con dolor, porque no hay nada doloroso en echarla de menos si todo lo que ella implica es precioso. Supongo que no me enamoré de ella como para que mi corazón se encoja ahora que no está - aunque él también la echa de menos - pero lo hago a rabiar. Lo que (no) éramos. Lo que (no) teníamos. Echo de menos mi forma absurda de darle conversación en el principio y los silencios que era capaz de soportarle en el final, y cómo me cogía la mano y recorría mis líneas con sus dedos. Echo de menos los segundos eternos en los que me miraba a los ojos, el recorrido que hacían hasta mi boca casi sin querer poniéndome nerviosa y ansiosa a partes iguales, y esa manera perfecta de encajar cuando nos abrazábamos. Echo de menos sus besos en mis pómulos, la forma en la que se bebía la cerveza, y esa manía de tirarme siempre algo que tuviera a mano. Que me hablara al oído repitiéndome cosas que yo escribí para ella, me obligara a cruzar la calle en rojo y comprara chuches para dos a pesar de repetirle que no me apetecían. Echo de menos sus besos pillándome desprevenida, su forma de dejarme sin respiración y sus manos haciéndome cosquillas. Las veces que me dijo lo que guapa que estaba, o lo feliz que era estando conmigo, o que no tenía ganas de volver a casa. Las veces que me susurró que no le sonriera tan cerca porque no podía controlarse. Las veces que me dijo adiós, hasta eso echo de menos; porque despedirme de ella era haberla tenido aunque sólo fueran unas horas - aunque en realidad no sé si alguna vez fue completamente para mí - y la echo tanto de menos que cambiaría los días de sol por esos días de lluvia en los que nos besábamos en cualquiera de calles por las que ahora paso y leo su nombre en las paredes.
La echo de menos. Y la echaré de menos siempre.
Y lo haré sonriendo. Te lo prometo.
Besos
jueves, 11 de abril de 2013
El miedo
Hola,
Hoy vengo a hablar de temas trascendentales. Sí, me he levantado profunda y filosófica después de haber tenido un sueño erótico-festivo con una dibujante de cómics a la cual no conocía de nada, en cuyo estudio me colaba a cotillear - porque los cómics eran sobre mí, o algo así creo recordar - terminando con un encuentro tórrido en una litera. No, yo tampoco lo entiendo. Es la primera vez que sueño algo así con una desconocida. ¿Os imagináis que ahora me la encuentro en algún lado? JÁ, no me sorprendería en absoluto dados los últimos acontecimientos de mi vida. Pero vaya, que eso no es lo que yo venía a contar - simplemente tenía la necesidad imperiosa de compartirlo con alguien y era demasiado largo para ponerlo en un tuit -
Yo venía a hablar del miedo. El miedo es una emoción básica, de esa lista de emociones básicas que se representan en los libros con fotos de gente muy fea que desconocía el uso de la espuma para el pelo. El miedo es, para mí, la emoción más importante y más determinante en el ser humano; todo se mueve a partir del miedo - que seamos conscientes o no, eso ya es otro tema-.
Podría sentarme a escribir un ensayo antropológico para sustentar mi anterior afirmación, pero no me apetece una mierda, así que voy a ir directa a la cuestión: Yo siempre he tenido mucho miedo a muchas cosas. Desde las cosas más simples como cruzar la calle, a cosas más importantes como ser capaz de mantener conversaciones trascendentales con personas trascendentales. La chica tortuga era yo; cuando las cosas se ponían feas me escondía dentro del caparazón y esperaba a que la tormenta terminara por cansarse. Pero entonces pasó algo y al meterme dentro del caparazón me mojaba exactamente igual que estando fuera. Y el viento me despeinaba, y al andar me saltaban las baldosas sueltas manchándome los vaqueros, y todas esas desdichas propias de los días de tormenta. Yo era la tormenta; y por primera vez no podía escapar de ella.
¿Qué pasó? que me acostumbré a la lluvia. Y aprendí a vivir con el miedo. Joder, vaya que si aprendí. El miedo me dominaba por completo como nunca antes había sido consciente. Seguro que os ha pasado alguna vez el estar, por ejemplo, haciendo el idiota en la silla de clase sobre las patas traseras, y en una milésima de segundo al impulsarte más de la cuenta, sentir como si fueras a caer hacia atrás justo antes de agarrarte a la mesa y evitarlo. Esa sensación; ese es el miedo. Lo que pasa es que para mí no fue una milésima de segundo, si no un año.
Ese año me ha cambiado. 2012 ha sido mi Master en miedo, y estos dos últimos meses han sido mis prácticas externas poniendo a prueba todo lo que había aprendido. El resultado no ha podido ser más revelador ni más positivo. Hasta yo me he sorprendido por mi forma de hacer las cosas, de pensar y de sentir. De pronto me he visto a mí misma con ganas hablar temas antes intocables con gente antes intocable, renunciando a cosas por mi propio bien, arriesgándome a otras a las que antes jamás me habría arriesgado, aprendiendo a decir que No y lo más importante: aprendiendo a no decir que No a las cosas inesperadas por el hecho de no poder controlarlas.
He dejado de intentar controlarlo todo y de intentar mantener todas las situaciones bajo control. He aprendido a salir sin saber cómo voy a volver a casa, ni con quién, ni a qué hora. A dejarme besar en mitad de un bar, a querer contarle al resto de mi familia que no tengo intención ninguna de echarme un novio y a dejarme sentir cosas por las personas. Porque no lo hacía ¿sabéis? siempre se quedaban ahí, detrás del muro. Y ahora sin embargo puedo notar como pasan y saludan, y me hacen reír - y me hacen llorar-
Me he descongelado. Ya no soy el cubito de hielo que era antes, lo sé. Ahora tengo la certeza de que voy a poder 'querer bien' y no solo 'querer' a alguien, y que no voy a tener miedo a las conversaciones trascendentales, ni al futuro, ni a tomar decisiones. De pronto he entendido que todo ese miedo ya no está, que se ha ido como se ha ido el hielo, y el dolor, y la inseguridad. Y si tengo que ser sincera, he de admitir que nunca he estado tan bien emocionalmente. Ni para mí misma, ni para nadie. Ahora tengo miedo a otras cosas, pero ese miedo es de los miedos buenos; de los que te impulsan a hacer cosas y a seguir adelante, como el miedo que se tiene antes de caer en un montaña rusa.
En realidad, es bueno tener miedo.
Si no tuviéramos miedo, nunca tendríamos la oportunidad de ser valientes.
Besos
Hoy vengo a hablar de temas trascendentales. Sí, me he levantado profunda y filosófica después de haber tenido un sueño erótico-festivo con una dibujante de cómics a la cual no conocía de nada, en cuyo estudio me colaba a cotillear - porque los cómics eran sobre mí, o algo así creo recordar - terminando con un encuentro tórrido en una litera. No, yo tampoco lo entiendo. Es la primera vez que sueño algo así con una desconocida. ¿Os imagináis que ahora me la encuentro en algún lado? JÁ, no me sorprendería en absoluto dados los últimos acontecimientos de mi vida. Pero vaya, que eso no es lo que yo venía a contar - simplemente tenía la necesidad imperiosa de compartirlo con alguien y era demasiado largo para ponerlo en un tuit -
Yo venía a hablar del miedo. El miedo es una emoción básica, de esa lista de emociones básicas que se representan en los libros con fotos de gente muy fea que desconocía el uso de la espuma para el pelo. El miedo es, para mí, la emoción más importante y más determinante en el ser humano; todo se mueve a partir del miedo - que seamos conscientes o no, eso ya es otro tema-.
Podría sentarme a escribir un ensayo antropológico para sustentar mi anterior afirmación, pero no me apetece una mierda, así que voy a ir directa a la cuestión: Yo siempre he tenido mucho miedo a muchas cosas. Desde las cosas más simples como cruzar la calle, a cosas más importantes como ser capaz de mantener conversaciones trascendentales con personas trascendentales. La chica tortuga era yo; cuando las cosas se ponían feas me escondía dentro del caparazón y esperaba a que la tormenta terminara por cansarse. Pero entonces pasó algo y al meterme dentro del caparazón me mojaba exactamente igual que estando fuera. Y el viento me despeinaba, y al andar me saltaban las baldosas sueltas manchándome los vaqueros, y todas esas desdichas propias de los días de tormenta. Yo era la tormenta; y por primera vez no podía escapar de ella.
¿Qué pasó? que me acostumbré a la lluvia. Y aprendí a vivir con el miedo. Joder, vaya que si aprendí. El miedo me dominaba por completo como nunca antes había sido consciente. Seguro que os ha pasado alguna vez el estar, por ejemplo, haciendo el idiota en la silla de clase sobre las patas traseras, y en una milésima de segundo al impulsarte más de la cuenta, sentir como si fueras a caer hacia atrás justo antes de agarrarte a la mesa y evitarlo. Esa sensación; ese es el miedo. Lo que pasa es que para mí no fue una milésima de segundo, si no un año.
Ese año me ha cambiado. 2012 ha sido mi Master en miedo, y estos dos últimos meses han sido mis prácticas externas poniendo a prueba todo lo que había aprendido. El resultado no ha podido ser más revelador ni más positivo. Hasta yo me he sorprendido por mi forma de hacer las cosas, de pensar y de sentir. De pronto me he visto a mí misma con ganas hablar temas antes intocables con gente antes intocable, renunciando a cosas por mi propio bien, arriesgándome a otras a las que antes jamás me habría arriesgado, aprendiendo a decir que No y lo más importante: aprendiendo a no decir que No a las cosas inesperadas por el hecho de no poder controlarlas.
He dejado de intentar controlarlo todo y de intentar mantener todas las situaciones bajo control. He aprendido a salir sin saber cómo voy a volver a casa, ni con quién, ni a qué hora. A dejarme besar en mitad de un bar, a querer contarle al resto de mi familia que no tengo intención ninguna de echarme un novio y a dejarme sentir cosas por las personas. Porque no lo hacía ¿sabéis? siempre se quedaban ahí, detrás del muro. Y ahora sin embargo puedo notar como pasan y saludan, y me hacen reír - y me hacen llorar-
Me he descongelado. Ya no soy el cubito de hielo que era antes, lo sé. Ahora tengo la certeza de que voy a poder 'querer bien' y no solo 'querer' a alguien, y que no voy a tener miedo a las conversaciones trascendentales, ni al futuro, ni a tomar decisiones. De pronto he entendido que todo ese miedo ya no está, que se ha ido como se ha ido el hielo, y el dolor, y la inseguridad. Y si tengo que ser sincera, he de admitir que nunca he estado tan bien emocionalmente. Ni para mí misma, ni para nadie. Ahora tengo miedo a otras cosas, pero ese miedo es de los miedos buenos; de los que te impulsan a hacer cosas y a seguir adelante, como el miedo que se tiene antes de caer en un montaña rusa.
En realidad, es bueno tener miedo.
Si no tuviéramos miedo, nunca tendríamos la oportunidad de ser valientes.
Besos
miércoles, 10 de abril de 2013
Metamorfosis
Hola,
No sé cuando pasó exactamente. No me acuerdo de un momento concreto, ni de un hecho especialmente relevante. No recuerdo haber visto una luz, ni haber escuchado una voz en off, ni haber encontrado un mensaje oculto. No sé si fue antes de conocerla a ella o después; o si fue durante el tiempo que pasamos juntas. No sé si pasó cuando nos besamos la primera vez. O la segunda. O la tercera. Si fue cuando la cogí de la mano, o cuando fui consciente de que hacer alguna de esas cosas en público no me importaba en absoluto. No sé si fue mientras me obligaba a quedarme en mitad de la carretera con el semaforo en rojo, o cuando me abrazaba mientras andábamos sin rumbo, o cuando me sonreía a mí entre toda la gente. Tal vez fue cuando nos despedimos la primera vez. O la segunda. O la tercera. No sé. Puede que fuera antes de todo eso. O después. Pero lo que tengo claro es que pasó.
Pasó.
Y desde que todo eso pasó ya no tengo miedo.
Besos
No sé cuando pasó exactamente. No me acuerdo de un momento concreto, ni de un hecho especialmente relevante. No recuerdo haber visto una luz, ni haber escuchado una voz en off, ni haber encontrado un mensaje oculto. No sé si fue antes de conocerla a ella o después; o si fue durante el tiempo que pasamos juntas. No sé si pasó cuando nos besamos la primera vez. O la segunda. O la tercera. Si fue cuando la cogí de la mano, o cuando fui consciente de que hacer alguna de esas cosas en público no me importaba en absoluto. No sé si fue mientras me obligaba a quedarme en mitad de la carretera con el semaforo en rojo, o cuando me abrazaba mientras andábamos sin rumbo, o cuando me sonreía a mí entre toda la gente. Tal vez fue cuando nos despedimos la primera vez. O la segunda. O la tercera. No sé. Puede que fuera antes de todo eso. O después. Pero lo que tengo claro es que pasó.
Pasó.
Y desde que todo eso pasó ya no tengo miedo.
Besos
lunes, 8 de abril de 2013
Cincuenta y un días
Hola
Cuando la conocí inmediatamente supe que la iba a perder - y es paradójico, porque no se puede perder algo que nunca has tenido - . Desde el principio entendí que lo único que me iba a pertenecer de ella serían los minutos en los que íbamos a compartir el espacio-tiempo y ni el pasado ni el futuro jugarían ningún papel en nuestras escapadas de la realidad. La verdad, siempre supe que sería así; que un día se nos acabaría el presente y que a partir de ese momento viviríamos en la perfección de lo nunca fuimos; en algo tan real como un recuerdo y tan subjetivo como una ilusión.
De todo lo que nunca llegamos a ser, nosotras fuimos eso; ella y yo fuimos un déjà vú.
Besos
Cuando la conocí inmediatamente supe que la iba a perder - y es paradójico, porque no se puede perder algo que nunca has tenido - . Desde el principio entendí que lo único que me iba a pertenecer de ella serían los minutos en los que íbamos a compartir el espacio-tiempo y ni el pasado ni el futuro jugarían ningún papel en nuestras escapadas de la realidad. La verdad, siempre supe que sería así; que un día se nos acabaría el presente y que a partir de ese momento viviríamos en la perfección de lo nunca fuimos; en algo tan real como un recuerdo y tan subjetivo como una ilusión.
De todo lo que nunca llegamos a ser, nosotras fuimos eso; ella y yo fuimos un déjà vú.
Besos
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)