Después de todo este tiempo he entendido que para mí
Ella fue esa fuerza imparable cuando yo aún era un objeto inamovible.
Paradójico que venga a hablar del deshielo muerta de frío. Con los pies congelados, dos pantalones, una sudadera y el cuatro como forma de vida sobre el colchón. El frío aquí es distinto; es temprano, húmedo, verde y microscópico. Capaz de calar capas de ropa y piel, y de empapar huesos que hasta ahora desconocía que podían tan siquiera enfriarse.
Y aún así vengo a hablar del deshielo. Ese fenómeno por el cual se pasa de sólido a líquido. De impenetrable a permeable. Zonas navegables y en las que sumergirse donde antes solo había dureza y muros de frío. El deshielo. Mi deshielo.
Era domingo, y también hacía frío. Recuerdo qué llevaba puesto - mis leggins negros, mis zapatillas rosas, mi gorro rosa y mi abrigo gris. Ese enorme abrigo gris - pero no recuerdo qué llevaba puesto ella. Supongo que cuando abrazas tanto rato a alguien no terminas por fijarte en su ropa, y sí en tratar de memorizar el ritmo al que le late el corazón, el olor de su colonia, o esa forma de poner sus manos alrededor de tu cintura para que la abrigues con tu abrigo gris - ese enorme abrigo gris -
Cuántos grados ¿seis? ¿ocho? no lo sé. Pero recuerdo cómo el frío me helaba las mejillas mientras íbamos por la calle apenas sin hablar. Apenas sin tocarnos. Es raro pensarlo hoy, tanto tiempo después; cómo la sentía tan mía sin ser absolutamente nada, sin conocernos más que de unas cervezas y unos besos ebrios bajo la lluvia. Y sin embargo ahí estaba ella comprando chuches para mí aún habiéndole dicho que no quería comer nada, y aguantándome los silencios que yo me negaba a romper. Es algo curioso sobre mi persona que debéis saber: cuando me quedo callada, es porque he perdido el miedo. Si no, combato mis nervios y mi inseguridad con una charla interminable, probablemente cargada de comentarios que podrían ganarse algún retuit de quedar por escrito. Y ahí estaba yo, con ella, callada, y apenas la conocía. ¿Que por qué? aún no lo entiendo. Supongo que empecé a confiar en ella la primera vez que la vi.
Y entonces pasó.
No era la primera vez que lo hacíamos; ya nos habíamos besado antes. Y sin embargo esa vez, teniéndola sentada sobre mí, en el suelo, en mitad de todo ese frío y después de una carcajada que nos dejo sin aire, pasó.
No puedo decir que ella me besó a mí, o que yo la besé a ella. Para mí esa fue la primera vez que 'nos' besamos. La primera vez que - de las muchas que vendrían después - sentí cómo se paraba el tiempo. Y en ese momento helado y atemporal mientras la abrazaba por la cintura y notaba cómo su pelo me rozaba las mejillas, sentí cómo todo el hielo empezaba a derretirse y noté arder mis costillas como si fueran las barras de un radiador descongelando todo el invierno de mi pecho.
Aquello fue el fin de la glaciación.
Y ella, ella fue el final de mi invierno.
Besos.
2 comentarios:
Un domingo astromántico.
Puede que sea la entrada más bonita que te haya leído en todo este tiempo.
Publicar un comentario