Hoy no se qué contar. Pero ciertamente tengo una imperiosa necesidad de venir al blog a dar la chapa poco propia de mi solitaria y meditabunda vida de retiro espiritual. No estoy especialmente desanimada, ni animada, ni nada que tenga que ver con un estado de ánimo determinado. Estoy a medio camino entre la alexitimia y la anestesia emocional que contrastan claramente con las lloreras que me entran de vez en cuando cuando me acuerdo de mis niños de Julio, o escucho una canción de Boza, o veo gatitos en Tumblr, o me verifican la cuenta de Pottermore. Vaya, cualquier cosa que toque mi fibra sensible más de lo recomendado.
Hace unos años yo iba de dura. Y lo peor es que me lo creía. Yo creía que era una especie de patusco duro como el acero que ni sentía ni padecía. Y en verdad hubo un tiempo que ese pensamiento me funcionó y llegó a ser una especie de carta de presentación al mundo exterior. Como si yo fuera por la vida diciendo: nada puede tocarme, yo soy más dura que los caramelos de la cabalgata de reyes.
Pero debe ser que me estoy haciendo mayor y que ya no puedo seguir evitando sentir cosas, y la verdad es que me preocupa un poco porque a veces me cuesta trabajo controlar mis emociones hasta el punto de echarme a llorar en público - ¿hola? ¿yo? jamás en la vida-
Tal vez no es que me esté reblandeciendo con los años. Tal vez sea que ahora, siendo algo más consciente de mi alrededor, de mí misma, y de lo que pasa en el mundo, me estoy dando cuenta de los problemas que tengo de puertas para dentro -y con puertas no me refiero a mi casa, si no a mi cabeza-. Y como si estuviera viendo mi vida desde fuera me doy cuenta de cómo me siento ante determinadas situaciones y cómo sé que no debería sentirme así porque no está bien.
Desde luego, me explico también de puertas para dentro. No se si os habréis enterado de algo los que estéis leyendo esto.
Supongo que han pasado demasiadas cosas extrañas este mes de Julio. Cosas que hacen que me plantee si merece la pena vivir como un caramelo de reyes; de un color llamativo, con un momento de gloria, o si tienes suerte una noche entera. Con un gran paseo en una carroza y un gran viaje por los aires. Para luego con suerte, acabar en el bolsillo de ese abrigo mullido que nuestra madre nos abrochaba hasta la nariz para sobrellevar la noche del cinco de enero y quedar olvidado año tras año. Y el abrigo se nos quedará pequeño, y el caramelo se quedará ahí viendo como se pasa el tiempo siendo cada vez más duro, siempre envuelto en su papel de colores, resguardado del peligro.
Tal vez ser un caramelo de reyes es una opción temporal. Pero creo que no es la mejor forma para vivir.
Y yo ya hace algún tiempo que deje de ser un caramelo para ser una gominola. Mejor, ¿no?
Besos
2 comentarios:
si, mejor.
escribes muy bonito.
mua
Yo creo que todos pasamos algún que otro bache de neutralidad, ni fú ni fá, ni triste ni feliz... Hay que poner lo que podamos por nuestra parte para salir de ellos y convertirnos en una piruleta gigante :D
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