jueves, 28 de noviembre de 2013

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Hola,

A veces no sé, no entiendo a algunas personas. Es normal. No podemos entendernos todos ¿no? Qué aburrimiento sería si no hubiera distintos puntos de vista. Pero no sé. Hay cosas que no entiendo. No entiendo esa manía de aleccionarme moralmente como si no supiera qué está mal y qué está bien. Como si no fuera consciente de mis errores ni de mis riesgos. Como si necesitara ser salvada a todas horas.

¿Y sabéis qué pasa? que me da exactamente igual. Porque yo era así, yo era una cuadriculada. Era de ese tipo de personas que se creían con unos valores férreos y arraigados conocedora y poseedora de la verdad suprema. ¿y para qué me sirvió? para nada. Hice todo el daño del mundo y me destrocé igual. Eso sí, actué dentro de los 'patrones socialmente aceptados de comportamiento'.

Estoy harta de justificarme. Ante todo el mundo. Ante el espejo.
Estoy harta de decirme a mí misma que todo está bien así.
Estoy harta de creer merecer algo más para no admitir que duele.
Estoy harta.


Harta de no poder gritar que te quiero.


Y si lo hago vendrá alguien a tirarme el jarro de agua fría.


O tal vez lo hagas tú.

O tal vez lo haga yo.





Mientras yo seguiré susurrándole 'buenas noches' a una pantalla.







Besos

martes, 26 de noviembre de 2013

Modo avión

Hola,

Siempre se me ha dado muy bien eso de leer caras, de interpretar gestos y de reconocer expresiones. Un sexto sentido. Vamos a llamarlo empatía, superpoderes, o intuición femenina. Capto las emociones, las absorbo y las contagio, como si fuera una estación de tren en las que bajan y suben los estados anímicos mientras observo las despedidas y los reencuentros.

Una estación de tren.

Tal vez sea eso.

Un sitio en el que parar un tiempo. Puede que sean cinco minutos porque llegas con tiempo para coger tu tren. Puede que sea una hora porque lo pierdas, o puede que sean meses si no tienes muy claro cómo volver a casa. Pero al fin y al cabo ahí estoy yo, acogiendo viajeros perdidos que buscan llegar a alguna parte o escapar de alguna otra.

Tal vez soy un lugar de paso. Como esos sitios que encuentras por casualidad y de los que te enamoras, pero sabes que nunca jamás vas a volver. Y el tiempo que pasas ahí eres completamente feliz, sintiéndote afortunado por haber sido tú y no otro quien ha encontrado ese lugar en el que todo es tan perfecto, y en el querrías quedarte a vivir y a pasar el invierno debajo del nórdico. Pero entonces se acaban yendo, dejándome ahí, vacía, esperando a que alguien más encuentre ese lugar por casualidad.

Puede que esa sea mi labor emocional en la tierra, quién sabe. Tal vez soy esa jarabe de fresa para la tos que todo el mundo adora, pero que solamente te tomas X tiempo, mientras estás enfermo, y luego puede pasarse años en el estante de la cocina sin que nadie lo necesite - ¡Oh! pues a mí me encantaba ese jarabe de fresa - 'encantaba', pasado; siempre pasado. Como si el presente fuera efímero. Como si viviera recordando lo bueno y esperando lo incierto.

Hoy la sensación que mejor me describe es esa cuando estás a punto de estornudar y de pronto desaparece, y te quedas tan llena de nada que duele y por unos segundos no tienes muy claro si vas a poder volver a sentirte bien en un tiempo. No sé si se me entiende.

Tal vez sí.



Besos.

lunes, 11 de noviembre de 2013

11.11

Hola,


Iba a explicar el por qué de los onces, pero creo que lo voy a guardar para mí.
Para ti.
Para nosotras.




Besos.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Los domingos no son feos

Hola,

Vuelve a ser domingo, ¿y sabes qué? que los domingos no son feos. Incluso aunque sean domingos solitarios y lluviosos como el de hoy, que no ha salido el sol ni medio minuto.

Los domingos no son feos porque te quiero.



Besos.

domingo, 3 de noviembre de 2013

El deshielo

Hola,



Después de todo este tiempo he entendido que para mí 
Ella fue esa fuerza imparable cuando yo aún era un objeto inamovible. 



Paradójico que venga a hablar del deshielo muerta de frío. Con los pies congelados, dos pantalones, una sudadera y el cuatro como forma de vida sobre el colchón. El frío aquí es distinto; es temprano, húmedo, verde y microscópico. Capaz de calar capas de ropa y piel, y de empapar huesos que hasta ahora desconocía que podían tan siquiera enfriarse.
Y aún así vengo a hablar del deshielo. Ese fenómeno por el cual se pasa de sólido a líquido. De impenetrable a permeable. Zonas navegables y en las que sumergirse donde antes solo había dureza y muros de frío. El deshielo. Mi deshielo. 

Era domingo, y también hacía frío. Recuerdo qué llevaba puesto - mis leggins negros, mis zapatillas rosas, mi gorro rosa y mi abrigo gris. Ese enorme abrigo gris - pero no recuerdo qué llevaba puesto ella. Supongo que cuando abrazas tanto rato a alguien no terminas por fijarte en su ropa, y sí en tratar de memorizar el ritmo al que le late el corazón, el olor de su colonia, o esa forma de poner sus manos alrededor de tu cintura para que la abrigues con tu abrigo gris - ese enorme abrigo gris -

Cuántos grados ¿seis? ¿ocho? no lo sé. Pero recuerdo cómo el frío me helaba las mejillas mientras íbamos por la calle apenas sin hablar. Apenas sin tocarnos. Es raro pensarlo hoy, tanto tiempo después; cómo la sentía tan mía sin ser absolutamente nada, sin conocernos más que de unas cervezas y unos besos ebrios bajo la lluvia. Y sin embargo ahí estaba ella comprando chuches para mí aún habiéndole dicho que no quería comer nada, y aguantándome los silencios que yo me negaba a romper. Es algo curioso sobre mi persona que debéis saber: cuando me quedo callada, es porque he perdido el miedo. Si no, combato mis nervios y mi inseguridad con una charla interminable, probablemente cargada de comentarios que podrían ganarse algún retuit de quedar por escrito. Y ahí estaba yo, con ella, callada, y apenas la conocía. ¿Que por qué? aún no lo entiendo. Supongo que empecé a confiar en ella la primera vez que la vi.

Y entonces pasó.

No era la primera vez que lo hacíamos; ya nos habíamos besado antes. Y sin embargo esa vez, teniéndola sentada sobre mí, en el suelo, en mitad de todo ese frío y después de una carcajada que nos dejo sin aire, pasó.

No puedo decir que ella me besó a mí, o que yo la besé a ella. Para mí esa fue la primera vez que 'nos' besamos. La primera vez que - de las muchas que vendrían después -  sentí cómo se paraba el tiempo. Y en ese momento helado y atemporal mientras la abrazaba por la cintura y notaba cómo su pelo me rozaba las mejillas, sentí cómo todo el hielo empezaba a derretirse y noté arder mis costillas como si fueran las barras de un radiador descongelando todo el invierno de mi pecho.

Aquello fue el fin de la glaciación.


Y ella, ella fue el final de mi invierno.





Besos.