martes, 10 de junio de 2014

El tiempo de todas las cosas

Hola,


El tiempo es algo curioso. Es eso que dicen que lo cura todo; y yo pensando que eso lo hacía el Dalsy. Pero ahí está; incasable, pasando sin detenerse un segundo a esperarnos por si acaso nos quedamos atrás. Está ahí para darnos una patada en el culo si nos quedamos rezagados, para consolarnos durante todos esos días en los que llorar es más fácil que todo lo demás, y para meternos miedo cuando encara una cuesta sin frenos y lo vemos volar a la velocidad de la luz.

El tiempo es el mejor profesor que he tenido. Me ha enseñado a esperar, a no desesperar, y a entender. A veces miro atrás y pienso que de no haber sido por él, hubiera muerto en una de esas miles de guerras en las que me creí soldado de primera línea. Pero no; ahí estaba él, pidiéndome que no me muriera aún. Que las mejores cosas llegan como llegan las primeras gotas de las tormentas de verano: de la nada y sin avisar.

Recuerdo haberle implorado que corriera. Que me permitiera cerrar los ojos y abrirlos cuando hubieran pasado tres meses y todo aquello hubiera dejado de doler. Pero no cedió; me obligó a vivir todos y cada uno de los días que me correspondían. Y aquí sigue, haciéndolo. Supongo que con algún motivo concreto. Supongo que si no me ha dejado morir es porque tiene un plan para mí. Esa es la conclusión a la que llego cada vez que pienso en por qué el tiempo me dejó salir de aquella pena.

Y así, con el tiempo, me hice más fuerte, y más grande. No diré que más lista, pero sí más valiente. El tiempo me enseñó que no siempre consigues aquello por lo que luchas, pero que eso no hace la lucha algo carente de sentido. Y me enseñó que a veces también se gana. Que así como hay cosas que acaban, hay otras que empiezan, y que todo pasa cuando tiene que pasar. Sin acelerar o aminorar el paso, simplemente sin parar de andar hacia delante.

Desde que tengo uso de razón, o más bien, desde que recuerdo ser verdaderamente consciente de la existencia de la muerte, he tenido la misma sensación de angustia respecto al tiempo. Siempre me he imaginado siendo mayor, mirando atrás, y arrepintiéndome de haber desperdiciado los mejores años de mi vida. De haber desperdiciado ese tiempo que no voy a volver a vivir jamás. Y no os voy a engañar, esa angustia sigue apretándome el pecho de vez en cuando. Cuando pienso en todo lo que he vivido y los amigos con los que ya no hablo, y todo parece una vida ajena.

Supongo que es lo que pasa cuando te haces mayor. O tal vez es lo que pasa cuando de pronto eres feliz y no quieres que se pasen los días sin haberlos aprovechado. Y eso es lo que me aprieta el pecho ahora, que sé que ya sí es hora de volver. Que mi tiempo aquí ha terminado, y que el que me espera allí está mirando el reloj preguntándose por qué estoy tardando tanto en llegar.

Ahora sólo quiero que los días pasen rápido. Agobiarme haciendo maletas y llorar en todas y cada una de las despedidas.

Es hora de irme.

Es tiempo para volver a casa.




Besos.

2 comentarios:

Walden dijo...

Estupenda reflexión sobre un tema recurrente. Es difícil no encontrarse a sí mismo en esos procesos que describes.
Hablando de esto un día una amiga me explicó que los griegos tenían distintas palabras que designaban formas diferentes del tiempo: Kronos, Kairos y Aión. Es interesante esa diferenciación.

Un saludo.

Walden dijo...

Estupenda reflexión sobre un tema recurrente. Es difícil no encontrarse a sí mismo en esos procesos que describes.
Hablando de esto un día una amiga me explicó que los griegos tenían distintas palabras que designaban formas diferentes del tiempo: Kronos, Kairos y Aión. Es interesante esa diferenciación.

Un saludo.