lunes, 4 de octubre de 2010
Cara y Cruz
Cuando parece que no hay nada bonito, nada que me ate a la realidad, paso una tarde con ellos y aunque me terminen agotando por completo, merece la pena. Por como me abrazan al llegar, por como tengo que aguantar que me canten una canción interminable sobre el fundador de su colegio, por como me dicen que me deje el pelo largo, que estaba más guapa. Por como tengo que jugar a "Quique tembleque" mientras mi otra mano es secuestrada por una manita de apenas cuatro meses. Por comer salchichas con ketchup en platos de colores y volver a comerme un yogurt de fresa después de ya no se cuantos años. Por pelearme con ellos para ponerles el pijama, y conseguir que se metan en la cama no sin antes saltar sobre la cama, sobre mi y sobre ellos mismos. Por tener entre mis brazos al más pequeño, intentando -sin éxito- que se durmiera, y que se me quede mirando a los ojos mientras le hablo, y me sonría con la boca, con los ojos, con el corazón. Y que a mi se me caiga la baba, se me empañen los ojos y me duela la cara de sonreirle. Todavía soy capaz de oler a bebé si cierro los ojos. Creo que ese debe ser el olor de la vida. De la felicidad.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
es hermoso sentir la inocencia desmedida y la franqueza mas pura :D
espero te hayan subido el animo :D
saludos
Yo también tengo un "ahijado" que cuando viene a casa, aunque sean muy pocas veces, me alegra todo el dia por muy mierda que haya sido. Con sus "poque?", porque le acabo de enseñar a decir "sexy" y porque creo que corro más cuando estoy con él que cuando hago deporte aunque solo tenga 2 años y medio...
Me alegro de que te hayan subido el animo.
Besos
Y yo que opino que vas a ser una pedazo de madre y, lo que más me interesa, una excelente tita :)
Publicar un comentario